domingo, 25 de octubre de 2009

MEMORIAS… LA LOUISETTE



En estos tiempos de lamentación y arrepentimiento, en el que la tierra se agita sola y la humanidad ha perdido su cordura, todas las noches me pregunto por qué aún sigo vivo y sin que la humanidad me juzgue, sólo desde arriba me observa Dios. Ya perdí la cuenta y mis zapatos aún tienen el rastro de la sangre y heden como tal. Una noche más desvelada, la conciencia no me permite descansar en paz. Luego de un largo día “trabajando” para el rey, llego a mi hogar y al recostarme en mi lecho cierro los ojos, pero de inmediato recuerdo los rostros aterrorizados de tantas personas suplicando, uno tras otro.

Buscando, recorriendo pueblos distantes, sin más ayuda que la de un asno, encontré varios documentos, que me ayudaron a comprender la historia de mi cruel oficio. Descubrí que en el año 1789 el médico Joseph-Ignace Guillotin, diputado por el tercer estado, presentó una moción que sustentaba el humanizar y modernizar la aplicación de la pena de muerte mediante una máquina de cortar cabezas, lo que para él representaba una idea compasiva y democrática. De alguna forma, esta idea tenía algo de bueno, cualquier ciudadano sería ejecutado de forma más piadosa, ya no tendrían que sufrir los presos y acusados, muertes lentas, dolorosas, a golpes de sable sin afilar. La muerte ajusticiada ya no sería exclusividad de la clase privilegiada. La asamblea legislativa encargó la fabricación de la primera Guillotina para 1792 y luego 83 ejemplares más al constructor alemán Tobías Schmidt.

Ya se lo podrán imaginar, una gigantesca cuchilla de acero de aproximadamente 60 kilos que se desliza por un bastidor llamado sombrero de 2.80 metros de altura. En la parte inferior un cepo circular o luneta, dónde el condenado apoya el cuello… y llega la hora de hacer mi trabajo, suelto la cuchilla a la altura de la cuarta cervical, así, con una rapidez extrema Dios o el diablo han cobrado una vida más, y a la vez un poco de mi tranquilidad. Recuerdo, la primera ejecución que realicé usando la guillotina o la louisett, con angustia me despierto las pocas noches que logro conciliar el sueño con la mirada fija de Petellier, el primer delincuente común víctima de este artefacto. Todas las excusas eran válidas para ejecutar seres humanos, adeptos al antiguo régimen, revolucionarios, diputados, radicales, acaparadores, ateos, sacerdotes, desertores y delincuentes comunes. Según los rumores de los franceses, esto acabará con más de 30.000 decapitados, y en mi cabeza y mi conciencia un coro de suplicas jamás me permitirán descansarsar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario